Si puedes imaginarlo, puedes hacerlo



Hace algunos años, cuando Mike D'Antoni fue despedido como entrenador de Los Ángeles Lakers, daba la sensación que al entrenador de Virginia le quedaba poco tiempo en la liga. Después de una hacer historia con el Run and Shoot de los Phoenix Suns de Nash y de un tremendo revés en la cuna del fracaso, New York, ese nuevo descalabro parecía su epitafio deportivo. Salir escaldado de dos escaparates mastodónticos como son los Knicks y los Lakers debería hundir a cualquiera.

Sin ánimo de disculparle, en New York le desmontaron el equipo cuando mejor funcionaba y los Chandler-Gallinari-Mozgov-Stoudemire-Felton se disolvieron, como si un chasquido de dedos lo hubiera ordenado, para apostar por Carmelo Anthony. En Los Ángeles, sin embargo, todo fue un desastre de principio a fin.




D'Antoni tenía la edad y la pinta de jubilado multimillonario y se le presuponía un futuro como analista o directivo, ya lejos de las canchas.

Solo un año estuvo lejos de ellas, pues Houston Rockets acudió al rescate. D'Antoni no solo volvió con su guía de estilo engrasada, sino que parecía dispuesto a llevar sus convicciones hacia la máxima expresión. Hay gente a la que el fracaso le hace dudar de todo en cuanto creen, pero D'Antoni no es uno de ellos. A su manera, es el Pep Guardiola del baloncesto moderno. Empeñado en su idea, erre que erre, como si no hubiera otro camino para ganar.

Así, desempolvó el manual que aplicó en Phoenix, y a lomos de James Harden (se cuenta que D'Antoni le preguntó: ¿Te ves capaz de hacer lo mismo que Steve Nash además de lo que tú haces?), la barba prodigiosa de este deporte, transformó la tendencia del equipo. A ritmo de triples, posesiones supersónicas, alley-oops, jugadores de rol y un liderazgo indiscutible sobre el parqué.

Después del trauma de 2017, donde Ginobili abortó de manera abrupta las aspiraciones del equipo, la gerencia no entró en el panic mode tan propio de la liga y estudió bien cuáles habían sido las debilidades de un proyecto aún en fase de gestación. Faltaban elementos defensivos (ahora PJ Tucker, Luc Mbah a Moute y Gerald Green) y un hombre capaz de darle continuidad a Harden en el deportivo y en lo emocional. El elegido fue Chris Paul, que no solo ha sabido convivir con Harden, sino que ha acabado la serie de semifinales de forma apoteósica. 

Bien pensado, los Rockets han señalado como líderes del proyecto a figuras de reconocido prestigio en la liga y a los que solo les falta una cosa: El anillo de campeón.


A la chita callando, haciendo su camino, a base de victorias y convencidos en el fondo y la forma, D'Antoni y Houston han ido conquistando cada corrillo hasta volverse contenders. Como un secreto a voces, se rumorea cada vez más fuerte: "What if...?". Primero ganaron en temporada regular a todo el que se ponía por delante (65-17), luego se apropiaron de varios récords que pertenecían a los Cavs y a Golden State Warriors, más tarde hicieron historia en la liga (récord de eficiencia ofensiva con 116 puntos cada 100 posesiones) y ahora se han plantado en la final de conferencia con relativa facilidad y las piezas engrasadas.



Pocos hubieran creído que alguien osaría retar a Golden State Warriors no ya creando un anti-equipo, que funcionara intentando anular pieza por pieza a los Curry, Durant, Green... etc. sino cultivando una propuesta capaz de superarlos. Solo imaginarlo ya es un éxito. Contagiar a analistas, aficionados y rivales de esa incertidumbre es un mérito en sí mismo cuando tienes como misión derribar a un súper equipo.

El lunes, la final anticipada de la NBA comienza con los Rockets en estado de efervescencia y el factor cancha a favor. Y D'Antoni, como el alumno que no está de acuerdo con su nota, volverá a explicarnos por qué cree que esa es la respuesta correcta. Así, hasta superar el examen de su vida.




La foto es de Houston Chronicle


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