Utah Jazz a playoff. Claves de una remontada para el recuerdo






22 de enero de 2018.
Utah Jazz pierde en Atlanta contra uno de los peores equipos de la NBA y su balance se sitúa en 19 victorias por 28 derrotas, lo que casi anticipaba el final de la temporada para los de Quin Snyder. Cualquier aficionado a la NBA entiende que remontar un récord así en el salvaje oeste es una misión de envergadura. Posible, siempre y cuando se discutan algunas rachas históricas de la franquicia, algo que no parecía al alcance del equipo de Salt Lake City a principios de año. Ni Miami Heat, que hizo algo parecido la temporada pasada lo terminó logrando; se quedaron a un paso de la postemporada.

La solidez defensiva, santo y seña del equipo de Utah se esfumó tras el primer cuarto de curso, máxime con un Rudy Gobert recién reaparecido de una lesión, muchas dudas acerca del estado de su rodilla y su regularidad aún por reafirmarse. Tras la marcha el pasado verano de Gordon Hayward, la temporada pintaba mal.

Si bien al equipo no se le podía exigir un rendimiento tal y como si no hubiera sufrido la fuga de su principal estrella y varias lesiones inoportunas, la sensación es que se despedían antes de tiempo de la carrera por los playoff. Para colmo, los rumores de traspaso en relación a algunos miembros de su rotación se sucedían y el equipo se agarraba a un joven rookie como última esperanza.

La madrugada del lunes, los Utah Jazz se clasificaron para los Playoff de la NBA tras vencer a Los Ángeles Lakers, en el primero de sus match ball, y han repetido el fantástico quinto puesto del año pasado, este año con mucho más mérito y protagonizando una remontada para el recuerdo. Acumularon, como si tal cosa, una racha de 27 partidos ganados por 5 derrotas. Será el segundo año consecutivo de estos Jazz de Snyder en Playoffs y pocos los quieren como rival. ¿Cómo ha sucedido?


El clavo ardiendo

Si el equipo mantuvo su fe en los momentos más críticos, lo hizo porque albergó en sus filas quien dejara abierto un resquicio hacia lo improbable. Esto tiene mucho que ver con la osadía de la juventud y la imposibilidad de domesticarla cuando viene salvaje de fábrica.

En octubre Donovan Mitchell ya apuntaba maneras, en noviembre era difícil verlo por debajo de la decena de puntos, en diciembre marcaba el primer tope de su carrera -41 puntos- y actualmente lleva más de veinticinco partidos entre la decena y la treintena, desenvolviéndose como si llevara varios años en la liga. No sería tan meritorio si no tuviera incidencia directa en el récord del equipo. No es un chico que destacando en una banda camino del tanking, lo hace exigido por una franquicia histórica que se juega su futuro a corto plazo en la liga.

Y responde. Ni conoce el Rookie Wall ni lo hará en su primera temporada en la liga. El gran robo del draft ha sorprendido por sus excelentes dotes defensivas, su dribling supersónico cuando encara el aro y una gran habilidad para sacar petróleo en zonas congestionadas. Un excelente finalizador, buen armador secundario y más que aceptable tirador que se ha permitido el lujo de discutirle a Ben Simmons el título a novato del año. Su tren inferior parece duro como el hierro, su primer paso es un rayo, su actitud encomiable.

Snyder ha sabido, eso sí, situarlo en un hábitat que potencia sus cualidades. Durante los primeros cuartos cede a Rubio la batuta. En el último cuarto y posesiones al límite, es Mitchell quien asume el poder. Tiene licencia para tirar. Con un camino todavía por recorrer en cuanto a la toma de decisiones, si los Jazz no tiraron la toalla cuando peor se encontraban esta temporada, fue por el entusiasmo de Mitchell, que confió en sus posibilidades antes que nadie. El lunes tuvo la primera de tres oportunidades para entrar en Playoff. Y no quiso esperar, Mitchell no entiende de lógicas tempranas. 





The stifle tower

“Creo que es un hecho empírico”, decía Snyder sobre si Rudy Gobert era, o no, el mejor defensor de la NBA. No cabía otra afirmación, el impacto del gigante francés en el equipo ha sido fundamental para la transformación de sus aspiraciones. Su sola presencia transforma a un equipo mediano sin él en la pista -11 victorias, 15 derrotas esta temporada- en un equipo top a nivel defensivo. Una vez disipadas las dudas sobre su estado físico, todo cambió con una naturalidad pasmosa.

Con él, el rating defensivo ha llegado a un pico en el mes de marzo a 95,8 cada 100 posesiones, un dato demoledor, líder de la NBA. Explica en buena medida la mutación de un equipo donde sus exteriores se sienten con las espaldas cubiertas para subir su intensidad en todo el perímetro. Cualquiera que se atreva a penetrar sabe que se encontrará con un stopper de nivel, dispuesto a hacerle rectificar.

Su récord estando en el campo el mejor del equipo y, aunque se haya perdido parte de la temporada, da la sensación de que se hará con el título a mejor jugador defensivo -el precedente de Kawi Leonard juega a su favor, que también lo ganó perdiéndose un porcentaje considerable de partidos-. A Gobert no solo habría que concederle su mérito estadístico, sino el efecto contagio entre sus compañeros.
       



El termómetro emocional

Ricky Rubio es el elemento que mejor representa la temporada de estos Jazz. Ilusionantes al principio, desconcertantes y erráticos en la segunda parte de la temporada y brillantes al final. Su estado anímico es el termómetro de un equipo que va a llegar a la postemporada rebosante de confianza. Ricky Rubio, eternamente cuestionado por su precocidad y escaso acierto en el tiro a lo largo de su carrera, habitualmente menospreciado por rivales -y más concretamente, bases- e involucrado en rumores de traspaso, ha ido afinando su puntería y su rol hasta hacerse imprescindible para el equipo. Su final de temporada lo emparenta con sus mejores momentos en los Wolves, si bien su sensación de madurez es mucho mayor. A Rubio nadie le ha regalado nada pero da la sensación que siempre tuviera que justificar su lugar en el mundo.

No ha sido sencillo encontrar su espacio en estos Jazz. Su equipo no se prodiga en exceso a campo abierto y tiende a posesiones largas con extra pass que buscan las esquinas. Rubio tardó en comprender su nuevo hábitat e interiorizar las modificaciones de su rol. Sumando partidos, lo ha ido consiguiendo, tirando más pese a su dudosa estadística histórica.

Del base que lanzaba casi exclusivamente tras bote y desde cuatro o cinco metros ya no queda rastro. Si antes era difícil encontrar un partido donde estuviera acertado en el tiro exterior, ahora es mucho más frecuente. Su sublimación como triplista llegó precisamente ante su exequipo este primero de abril, 5/6 en triples y 23 puntos para situar a los Jazz muy cerca en la tabla clasificatoria. Hoy, ya ven a los Wolves desde el retrovisor. No era ya una excepción estadística, el mes pasado había tenido una noche perfecta ante los Spurs o encestado cuatro triples ante los Pelicans. Si bien Rubio nunca será un especialista en esta suerte sí que evitará que le floten de forma descarada, como le sucedió hace no demasiado tiempo.

No es el único apartado en el que ha mejorado el de El Masnou. De ser uno de los peores jugadores de la liga en su definición cerca del aro ha pasado a finalizar frecuentemente usando ambas manos. Quizás la confianza en el plano físico, la superación de sus problemas personales -su madre falleció el año pasado-, la tan ansiada regularidad o puede que haber incorporado a su juego nuevos recursos, el caso es que Rubio está acabando la temporada al mejor nivel de su carrera NBA, lo que se traduce al mejor nivel de su carrera.


El factor IQ

Desgarbado, escuálido y enemistado con el sol, el jugador australiano de pasaporte británico de Utah suele ser infravalorado por los expertos y simboliza el jugador alejado del glamour pero tan imprescindible en el vestuario como en la pista. Las malas lenguas le han acusado de estar sobrepagado (14 millones de dólares este año), tras la decisión de la franquicia de retenerlo para forzar a su vez a Hayward a quedarse en Utah, dada la amistad que le une a ambos.  

Pero el tiempo le ha dado la razón a la gerencia en términos estrictamente deportivos, el jugador que más tira solo de esta NBA, ha casi doblado las medias de su carrera en puntos, rebotes y asistencias, y es top five en porcentaje de triples. Además, ha batido el récord de la franquicia en número de triples. El oxígeno del perímetro de Utah, que igual asume un tiro a final de posesión que hace de segundo base, multiplica el efecto de sus prestaciones y sabe esconder sus debilidades. Su IQ le ha permitido concluir esta temporada haciendo mates. Quién lo iba a decir. 




Y la apuesta por la madurez

Si algo le faltaba a estos Jazz era un jugador veterano, que cubriera las carencias emocionales de un conjunto dado a disiparse en algunos tramos de la temporada. Uno que comprendiera bien el juego, que abriera el perímetro, que reforzara la defensa -capaz de defender a superestrellas más allá de la zona y actuar de pívot en un hipotético small ball de playoff- y que no tuviera preocupación por su futuro en la liga. Joe Crodwer ha resultado perfecto para potenciar la agresividad y mentalidad ganadora del equipo.

Utah aligeró elementos perimetrales en favor de un elemento de rendimiento inmediato. Cambió el talento de Hood, agradeció los servicios prestados a Joe Johnson y acomodó pronto en la rotación a Crowder. El jugador parecía entusiasmado nada más llegar al equipo: “Me volví a divertir jugando”. Un ecosistema perfecto para su desempeño. El lunes, sus cuatro triples ayudaron a dejar al equipo en postemporada.

La madurez de los Jazz ya no tendrá que esperar, como parecía a comienzos de temporada, lo han hecho en una hermosa carrera contra el reloj, alzados por su excelencia defensiva y logrando hibridar las ambiciones de su roster. Y ojo, porque hay pocos equipos que, teniendo poco que perder, contagien tanto entusiasmo.

Son un equipo en presente continuo.

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